En los últimos años, los contratos de cuentas en participación (CCP) han vuelto a sonar con fuerza como una fórmula de financiación alternativa.
¿Por qué?
Porque permiten inyectar capital en una empresa sin necesidad de crear una nueva sociedad ni contraer deudas tradicionales. Es un híbrido entre capital y préstamo que aporta flexibilidad tanto para quien gestiona el negocio como para quien participa económicamente.
Su simplicidad normativa es precisamente una de sus bazas, sobre todo en proyectos que buscan autonomía y control sin ataduras externas.
¿Qué es el contrato de cuentas en participación?
El contrato de cuentas en participación (CCP) tiene raíces bastante antiguas.
El artículo 239 del Código de Comercio lo define como un acuerdo entre comerciantes para colaborar en una operación, repartiéndose los resultados. En otras palabras, es una fórmula de cooperación en la que uno pone el capital y otro lo gestiona, pero sin necesidad de montar una sociedad ni dejar rastro visible para terceros.
Lo interesante es que los contratos de cuentas en participación no crean una entidad jurídicacomo lo haría una SL o una SA. Es un acuerdo interno: ante el mundo, quien actúa es el gestor. El partícipe, es decir, quien aporta el capital, puede mantenerse en la sombra si así se desea.
Estructura del contrato y funciones de cada parte
¿Quién es quién dentro de una cuenta en participación?
Uno de los puntos clave para entender cómo funciona un contrato de cuentas en participación es conocer bien el papel de cada figura. Hay dos roles bien definidos:
Esta separación no es trivial. De hecho, es uno de los grandes atractivos de la CCP, permite que el inversor se mantenga en un segundo plano, sin exposición pública ni riesgo frente a acreedores. Eso sí, si el partícipe decide involucrarse activamente o firmar públicamente documentos, esa barrera desaparece.
¿Qué se aporta y cómo se reparte el resultado?
La aportación puede ser de muchas formas: desde dinero en efectivo hasta inmuebles, derechos de crédito o bienes muebles. Lo importante es que una vez hecha la aportación, todo pasa al patrimonio del gestor, quien lo usará como parte del negocio.
A cambio, el partícipe tiene derecho a una parte proporcional de los beneficios y también de las pérdidas. Lo habitual es pactar ese reparto en el contrato. Pero si no se especifica, la regla por defecto es el reparto proporcional a lo aportado (lo que suele conocerse como pro rata).
En definitiva, los CCP se apoyan en una lógica clara: uno gestiona, otro aporta, y ambos comparten lo que la operación genere.
Cómo debe formalizarse el contrato y qué debe incluir sí o sí
Aunque desde un punto de vista legal bastaría con un acuerdo verbal, en la práctica esto no es nada recomendable. Los CCP tiene una regulación mínima, así que lo habitual es dejar todo bien atado por escrito. Estas son algunas de las cláusulas clave que no deberían faltar:
Ventajas estratégicas para gestores e inversores
Una de las razones por las que la cuenta en participación está ganando popularidad es porque ofrece ventajas claras para ambas partes. Entre ellas:
Riesgos y limitaciones que no puedes perder de vista
Aunque la cuenta en participación ofrece muchas ventajas, no todo es bueno. Como ocurre con cualquier instrumento financiero-mercantil, también presenta ciertos riesgos y limitaciones que conviene tener muy presentes antes de firmar nada.
Una figura ágil para tiempos que exigen flexibilidad
Las cuentas en participación ofrecen una alternativa real al binomio clásico de deuda bancaria vs. capital riesgo. Lo mejor es que se adaptan a múltiples escenarios sin exigir estructuras complejas ni diluir el control del proyecto.
Eso sí, para que funcione, hay que tener en cuenta estos puntos:
Cuando ambas partes (gestor e inversor) comparten visión, horizonte temporal y una tolerancia razonable al riesgo, los CCP puede ser esa pieza que encaja perfectamente en el puzzle de la financiación empresarial actual.
Lorena Amaya Montero – Abogada Mercantil & Digital
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